lunes, 5 de octubre de 2009

Inundación de 1906. Tercera Parte

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Narración de Alcover, minuto a minuto.




ANTECEDENTES

Mis telegramas puestos en los momentos críticos, lo mismo durante la primera avenida que al iniciarse la segundoa que culminó con la catástrofe habrán dado a conocer a los lectores de “El Mundo” el proceso inicial de este hecho terrorífico y espantoso que ha dejado sumido a un pueblo en la mayor consternación.

El 24 de Septiembre de 1894 una inmensa creciente cubrió en su totalidad a Sagua, sembrando el espanto y la miseria en todos los hogares, desalentando a los capitalistas y amenazando con el aniquilamiento a una de las más importantes plazas comerciales de Cuba. El gobierno español, por un lado, y por el otro las poblaciones todas de la Isla, enviando sus auxilios, constribuyeron al reincremento del pueblo que cual nueva Ave Fénix, renació de entre sus propias cenizas. El desfile habría empezado ante el peligro constante, pero las gestiones practicadas en el sentido de evitar la repetición del ma, volvieron la confianza a los espíritus. Además, aún cuando este río crece regularmente dos o más veces cada año, por los meses de Mayo y Junio, Septiembre y Octubre, no es menos cierto que las inundaciones totales fueron raras, rarísimas, en una frase: desconocidas para los pobladores actuales. En el primer tercio del pasado siglo (1837) hubo una gran inundación que cubrió toda la llanura hasta las faldas de la Serranía de Jumagua. Desde entonces hasta llegar al 1894 solo había habido crecientes más o menos grandes, pero que tenían tan acostumbrado a este pueblo que casi las tomaba como un espectáculo para recreo de la vista. Al acontencer la catástrofe referida del 94, la conformidad, no obstante, bien pronto se apoderó de todos, pues nadie podía pensar que fenómeno tan funesto pudiera repetirse a cada rato.

Sin embargo, la prensa local no ha perdido oportunidad de hablar sobre tan vital cuestión. El que escribe, entre otros, ha emborronado muchas, pero muchas cuartillas, previendo siempre la “reprisse” de la tragedia del 94. Lo mismo que si se predicara en desierto. Pero hay que ser justos. El gobierno colonial está en parte disculpado porque a los cinco meses de ocurrir la gran inundación, estalló la revolución, y bien sabemos todos que en esta etapa de la historia de Cuba poco o nada podían importar a los gobiernos de Madrid, las desgracias de un pueblo de Cuba. La cuestión, sin embargo, como queda dicho, se ha planteado distintas veces al Gobierno de la República.


MOMENTOS DE ANSIEDAD

Con las primeras aguas de Junio, el río empezó su crecimiento adquiriendo proporciones alarmantes, pues llegó a besar el borde de la acera del portal del Casino Español, uno de cuyos frentes da precisamete al río. Pasé mis telegramas a “El Mundo” que no faltó quien calificara de exagerados, por más que ni eso valió para que viéramos que el Sr. Secretario de Obras Públicas se tomara la molestia de enviar- como pasa en cualesquiera otra de las naciones del globo – una comisión de ingenieros para que estudiara el mal.

Pero el río empezó su descenso y ya no me tomé tampoco yo el trabajo de ir por sus laderas a observar su aplacamiento. Esta actitud mía quizá sirva de justificativo al aludido Sr. Secretario que como antes digo, maldito si se ocupó de que a este pueblo se lo tragara el caudaloso Sagua La Grande. Por ventura ni leyó los telegramas, no obstante que esa redacción los encabezó con negros y llamativos titulares. Pero no recalquemos ahora la recriminación, que ya llegará el momento por sus pasos contados.

El 14 por la media noche, rompió a llover de nuevo en forma torrecial. Lo de menos sería que en Sagua estuviera cayendo agua del cielo por año corrido, pues esa lluvia no constituye ninguna amenaza. El mal está en que llueva por Santa Clara, nacimiento del río y por la zona que riegan sus afluentes. Y esto era lo peor que ocurría. Al amanecer del 15, empezó a circular la noticia de que el río venía “metiendo mucho agua”, que es la frase corriente; y tanta agua metió, que a eso de las seis de la tarde, el nivel de la superficie líquida distaba de la cama del puente solamente unos 6 pies. Empezaron a cruzarse los telegramas con la autoridad provincial y otras municipales, cuyas informaciones en respuesta eran bastantes para sembrar la alarma: llovía en todas partes, y llovía a cántaros. El río mientras tanto, seguía subiendo y el pueblo entrando en zozobra.


EL DIA DE LA CATASTROFE


Amaneció el 16 de Junio. Al despertar yo eso de las cuatro de la madrugada, sentí que llovía fuerte, abrí el postigo de la ventana de la habitación y observé un cielo cerrado, negro, muy negro por el sur. Espectador del cataclismo del 94, me dije: “malo, malo está esto”, y pronto me vestí y me eché a la calle. Fuíme al Casino, punto que sirve de anfiteatro a los curiosos y observadores y ví que el río estaba a una pulgada escasa del piso del portal. Y seguía lloviendo en la provincia y la corriente con una velocidad vertiginosa.

Dándome cuenta entonces de mi cargo de corresponsal de “El Mundo”, me dispuse a entrevistarme con el Alcalde Municipal P. S. mi querido amigo el Sr. D. Carlos Alfert y a recorrer lugares apartados de la Villa por donde también pasa el río y tiene este su comunicación con la siempre y por donde quiera que se la mire funesta laguna de Hoyuelos. Llovía a cántaros y el viento era tan fuerte que se me rompió el paraguas y el agua me calaba las ropas. A las 7 de la mañana me encontraba de regreso en el centro del pueblo. Ya no me quedaba la menor duda de que Sagua se vería inundada antes del mediodía. Aún me tropecé con incrédulos, con algunos de esos sabios que todo lo saben y nada ven que me decían que el río, cuando más, llegaría a la calle Colón. Ví el Alcalde, y vi al hombre apurado, pero confiado, sin embargo, en que acaso tuviéramos la suerte de que no se diera la repetición del cuadro terrible de 1894. Sin embargo, celoso de su cargo tomada medidas y corría de un lado para otro bajo el torrencial aguacero.

Fui al telégrafo y puse otro parte a esa publicación. Salí de la estación y me dirigí al escritorio comercial del Sr. Alfert que en aquel instante salía con la alocución anunciando al pueblo la proximidad del aluvión terrible. Tuve que llevarlo a hacer en la imprenta de mi propiedad, porque todas las demás habían desarmado totalmente sus equipos respectivos. Mis cajistas que estaban locos poniendo en salvo todo el material de la casa y que a duras penas si se desenvolvían con franqueza, porque la fuerza del viento, acompañdo de la lluvia, hacía que las puertas de la calle estuvieran cerradas, faltando la caridad tan necesaria adentro para trabajar, mis cajistas, repito, me objetaron que era materialmente imposible hacer el trabajo no solo porque era largo sino porque no había tiempo. Tuve que arengarlos casi, haciéndoles comprender que por humanidad estábamos obligados a llevar la fatal nueva al último hogar del pueblo para que la salvación pudieran por igual alcanzarla todos, les dije que la apatía característica de nuestro pueblo era causa de que muchas familias permanecieran todavía tranquilas sin que nada preparado; y por último para que no me opusieran más reparos tronché la alocusión oficial y dejé reducida a lo siguiente:


ALCALDIA MUNICIPAL
AL VECINDARIO

“El estado de la creciente del río y la continuación de las aguas, hacen presumir que de las 12 a la 1 del día puede estar inundada la Villa en todos sus lugares.”

“Los vecinos deben elevar sus muebles, efectos y todo cuanto tenga algún valor, a la artura que sea necesario.”

“Es así mismo oportuno que se vayan colocando las familias en los lugares que cada cual elija para evitar atropellos siempre perjudiciales. También cada familia debe adquirir víveres para 24 horas por lo menos.”

“Cada familia debe tomar del Acueducto y de los algibes aún no inundados, agua para dos días, economizándola todo lo posible.”

“Por último, si por desgracia las aguas cubrieran todo el pueblo, todos deben dar muestras de calma y serenidad que es lo que en las grandes ocasiones evita mayores peligros.”

“Esperamos en la Providencia que todas estas indicaciones sean innecesarias y tengamos todos calma y valor para soportar la adversidad.”

“Sagua La Grande, 16 de Junio de 1906
El Alcalde P.S.
Carlos Alfert”

A las 12 del día, la banda de cornetas del benemérito cuerpo de Bomberos del Comercio, por órden del Alcalde, empezó a tocar “sálvese el que pueda”, y aquello fue entonces atroz. Habría que ver como corría el pueblo de un lado para otro, buscándose los unos a los otros, procurándose lugar de salvación, proveyéndose de víveres los que podían o eran previsores, y contratándose carpinteros y peones por todas partes para el salvamento de muebles y efectos. A todas estas lloviendo a cántaros, porque el agua no cesó ni un momento. La hora del pánico general había llegado.

LAS AUTORIDADES

El señor Alfert cumplió como bueno. En la calle constantemente, dictaba por momento órdenes de carácter general y verbales. Le auxilié en cuanto pude como secretario particular que me hizo en esta agitación. La comunicación telegráfica con el señor gobernador civil, era constante. La autoridad provincial estuvo dignísima y merece caluroso aplauso. Todas las miradas de la muchedumbre arremolinada en la calle de Martí a la vista del puente, esperaba de un momento a otro la caída de la monstruosa superestructura férrea; pero el Alcalde, previsor, mandó a unos abnegados obreros a que destruyeran las barandas, a fín de evitar que al detener estas las empalizadas arrastradas por la impetuosa corriente y servir de obstáculo o contén al agua, fueran a ser la causa de un derrumbamiento. El agua ya batía el costado del puente y seguía subiendo amenazadora.

Invitado atentamente por el señor alcalde municipal, fuimos en coche, acompañados de otras dos personas, a recorrer la población, visitando la casa Ayuntamiento, la cárcel, el hospital,las estación de ferrocarril, plaza de mercado, el rastro y, en una frase, las calles todas de la Villa. Cuando recorríamos ese trayecto, ya el pueblo empezaba a inundarse. En la calle de Colón, a dos cuadras del “paso” entramos con el coche hasta donde el agua nos llegaba a 6 pulgadas del asiento, para recoger a una anciana y un niño que valerosamente trataban de salvar unos bomberos. Recorriendo constantemente las calle sestuvimos, metiéndonos inclusive en lugares peligrosos, hasta las cinco de la tarde, hora en que cansada la bestia que arrastraba el vehículo y sitiados por el agua, decidimos ponernos a salvo. El alcalde tomó el caballo de un vecino y se echó al agua y yo me fui al alto interior del establecimiento de víveres y panadería “La Vascongada”, sita en la calle de Solís esquina a la de E.J. Varona en donde ya tenía desde las once de la mañana en salvo a toda mi familia.

Al llegar a este punto no resisto el deseo de hacer una pública demostración de gratitud a los dueños de dicha casa comercial, señores Médez, Azpiaza y Compañía, que se colocaron a una altura envidiable, colmándonos a todos los refugiados en su casa, de infinitas atenciones y haciéndonos menos sensible la desgracia, pues pusieron su cocina, su tienda y sus personas y las de sus dependientes a la disposición de todos sin cortapisas de ningún género. Igual hicieron después cuando a las puertas de la casa “atracó” un bote tripulado por unos atrevidos vecinos que venían en busca de víveres para los salvados en la casa escuela Machado.

LA INUNDACION.


A las cinco y media de la tarde, Sagua estaba bajo las terribles y enturbiadas aguas del Undoso.
A las siete de la noche había una vara de agua en el patio de “La Vascongada”.

Lo demás que ví durante la inundación, lo vi desde el tejado de la casade los señores Méndez, Azpiazu y Compañía.

La noche iba entrando, obscura y lóbrega, en tanto que el agua, con una corriente intensísima y arrolladora y produciendo un ruido de torriente despeñado, sembraba el espanto de todos los semblantes. Para calmar la nervosidad, natural de las mujeres, teníamos que mentir y decir que empezaba el descenso cuando con más rapidez crecía el furioso elemento.

Nada hay más aterrador que el espectáculo de una inundación en medio de una noche lluviosa y obscura. Tanto el alumbrado eléctrico como el de gas estaban interrumpidos y para colmo de desgracia,el acueducto no funcionaba . Desde el tejado a donde me subí, quise ver algo; pero ¡quiá!. La obscuridad era aterradora y el ruido monótono del agua chocando con fuerza contra los obstáculos, causaban un efecto infernal.

Continúa la narración de Alcover…



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Más sobre las inundaciones de Sagua La Grande en el Website:

http://meteoros.tripod.com

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