…continuación…
No fue tan duradera la de 1894, ni tuvo aquella la fuerza que esta. Como testigo y víctima en ambas, hablo por cuenta propia y no respondo a informes ajenos. Aquella, la del 94 empezó a las 7 de la mañana y a las 7 de la noche recorría yo algunas calles del pueblo a título de muchacho curioso, que no va a prestar ningún servicio útil. Esta, la horrorosa que acabamos de pasar, comenzó a las 3 de la tarde del 16 y no estuvo seca la calle de Martí hasta las 12 de la noche del 17; esto es,treinta horas aproximadamente.
El aluvión se llevó todo el barandaje de concreto que formaba el aproche del puente; arrancó varias casas de la calle de Luz Caballero, para arrastrarlas y destrozarlas. Derrumbó una esquina del edificio del Casino Español y otra de la casa de alto y bajo Martí esquina a Luz Caballero. La fábrica de chocolate “La Flor Cubana” de los antiguos y laboriosos industriales señores Urroz y Oyárzun, se puede dar por totalmente destruída en sus maquinarias, como también la fundición “Sagua” que tiene en arrendamiento el señor José Gutiérrez. Ha habido otros muchos deterioros en edificios, industrias y comercios, que sería prolijo enumerar y que en verdad, no he podido averiguar con exactitud por falta de lugar; pero, puede asegurarse en tesis general, que las pérdidas son inclaculables. Tendría que empezar por decir que a mi imprenta solamente, me ha causado daños que no repongo con $400; y soy de los más afortunados. Con que, por ahí se pueden apreciar a ojo de buen cubero, las pérdidas generales.
Las calles, en su inmensa mayoría pavimentadas por el sistema Mac-Adams, obra que representa 60 años de labor y algunos centenares de miles de pesos, han quedado totalmente destruídas, ofreciendo un golpe de vista desconsolador. Las corrientes fueron descarnándolas, para arrojar la arena en unos lugares formando montículos y la piedra triturada hacia otro, formando grandes amontonamientos. Y agujeros por aquí y grietas tremendas por allá, las calles constituyen, por sí solas, en el estado en que han quedado, una verdadera calamidad pública que el gobierno central está llamado a reparar enseguida, sin pérdida de tiempo, sin dilaciones enojosas que, lejos de acreditar como honrada a una administración, solo sirven para hacerla acreedora al odio y al desprecio de los ciudadanos administrados.
Aún hay más males. El agua del río se retiró; pero las casas y las calles quedaron cubiertas por un fanguillo jabonoso y sumamente apestoso, nauseabundo. Debajo de los pisos ha quedado el agua sucia estancada y los mismos pisos, húmedos. Agréguese a esta calamidad el sinnúmero de animales que han muerto ahogados, estando muchos debajo de los pies, y el derrame consiguiente de los llamados “pozos negros” o escusados, y quizá el Departamento de Sanidad, más caritativo y empeñoso que el señor Secretario de Obras Públicas, se dé cuenta de que una catástrofe mayor que la inundación, que es una epidemia, nos amenaza y pronto se cernirá sobre nuestras cabezas como espada de Damocles, si pronto, muy pronto, no se corre con muchos desinfectantes, cuatro o cinco brigadas de hombres dispuestos a trabajar, y con dinero, en socorro de este pueblo.
El caso es tan urgente que, honradamente, toda demora puede calificarse de criminal. El Alcalde, y con él la celosa Junta de Sanidad local, tomando medidas severas y rápidas; pero sin dinero el buen deseo es lo mismo que la carabina de Ambrosio. Vengan, pues, elementos de afuera; que salgan de su inútil estancamiento esos millones acumulados en el Tesoro Nacional.
La peste es inaguantable y aquí morimos si así lo decreta el gobierno desoyendo esta indicación.
Narrado in Situ, minuto a minuto, por A.M. Alcover.
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